A dos meses de finalizar el segundo año lectivo en distanciamiento social, son muchas las imágenes y las situaciones que han recorrido la cotidianeidad educativa.
Si el ámbito escolar nos hace repensar constantemente nuestras prácticas docentes, los últimos dos años han sido un verdadero desafío. La pandemia no solo nos ha demostrado que no estamos preparados para abandonar la presencialidad, sino que ha dejado al descubierto la gran brecha en el acceso a la tecnología entre estudiantes de todos los niveles.
Las y los docentes hemos pasado de usar tiza y pizarrón a abrir la intimidad de nuestro hogar a las pantallas de nuestros estudiantes. Eso siempre y cuando tuvieran pantallas y pudieran acceder a las clases; y en los casos que no -que no han sido pocos- nos hemos visto una vez más en el desafío de buscar alternativas para que todas y todos pudieran acceder a los contenidos propuestos: cuadernillos impresos, encuentros en la escuela (abierta de forma excepcional para la ocasión) entre otras.
Después de otro ciclo cargado de constante y renuente incertidumbre, en el que los periodistas se enteraban y anunciaban a la comunidad antes que los docentes mismos qué determinaciones tomaba la cúpula educativa (en su mayoría informaciones contradictorias y con total falta de tino, que debimos explicar o ratificar oportunamente) hemos vuelto, en marzo de este año a la presencialidad. Sin embargo, lo que mostraban los medios y los datos del Ministerio de Educación no coincidían completamente con la realidad escolar: muchas escuelas no pudieron abrir sus puertas porque después del aislamiento seguían como antes, sin baños, sin ventanas, sin gas, ni agua potable. Por otro lado, el acceso a la tecnología por parte de las y los alumnos que no disponían de ella tampoco había cambiado demasiado y volvió a sentirse cuando a las pocas semanas se anunció el retorno a la virtualidad: nuevamente perdimos el contacto fluido con los estudiantes imposibilitados para las clases virtuales.
Desde el mes de julio nos encontramos nuevamente en el aula. Cuando los grupos son numerosos nos vemos poco, siempre en grupos por burbujas, por aforo; así estamos retomando el contacto humano, las miradas, la sociabilidad. Aún seguimos trabajando, repensando nuestras prácticas para recuperar esos lugares vacíos, esos escalones salteados que son los saberes a los que no se ha accedido. Estamos trabajando con grupos más heterogéneos que antes, volviendo heterogéneas también nuestras clases. Que la tarea educativa ponga a prueba nuestra constancia, nuestra paciencia y nuestra imaginación para resolver inconvenientes casi sin ayuda es algo a lo que el sistema nos tiene acostumbrados y, al parecer, nos seguirá acostumbrando en este bienio 20/21 que aún no termina.
Colaboración de Soledad Rubiano, profesora en el distrito de GBA.