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La guerra no permite ser coordinada con razón y rectitud. Necesita emociones estimulantes, entusiasmo por su propia causa y odio hacia el adversario. Reside en la naturaleza humana que una sensación profunda no pueda ser prolongada indefinidamente, sea en el individuo o en la gente, un hecho que es conocido por todas las organizaciones militares. Por eso necesita de una estimulación artificial, un constante “dopaje” de excitación. Esta agitación se iba a realizar por intelectuales, los poetas, los escritores y los periodistas, escrupulosamente o de otra manera, honestamente o como una cuestión de rutina personal. Ellos iban a retumbar los tambores del odio y los golpearon, lo hicieron, hasta que los oídos de los desprejuiciados zumbaron y sus corazones temblaron. En Alemania, en Francia, en Italia, en Rusia, y en Bélgica, todos obedientemente sirvieron a la guerra de la propaganda, al delirio de las masas, al odio masivo, en vez de pelear contra ella. Los resultados fueron desastrosos… Shakespeare fue prohibido del escenario alemán, Mozart y Wagner de los conciertos de salón franceses e ingleses, profesores alemanes declararon que Dante había sido germano, los franceses que Beethoven había sido belga, la cultura intelectual fue requisada sin escrúpulos por los países enemigos como granos y minerales. No fue suficiente que decenas de ciudadanos amantes de la paz fueran asesinados diariamente en el frente. En el interior hubo reprensiones mutuas y difamación de los grandes muertos de los países enemigos que habían estado durmiendo en sus tumbas durante siglos. La confusión mental se incrementó en absurdo, pronto se volvió imposible conversar razonablemente en las primeras semanas de 1914.

Stefan Zweig, El mundo de ayer.

el mundo de ayer


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Categorías:
Cultura

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