Tenía 10 años y en mis manos, por primera vez, la potencia tardía de una Sega Genesis. Dentro de todas las revelaciones recuerdo gratamente una puntual que me atrapó tanto que no paré de jugar hasta terminarlo. Su propuesta era simple y atractiva; necesitabas el movimiento de palanca más dos botones de funciones diferentes, los cuales también hacían combinaciones, que daban en conjunto un baile de piñas y descontrol por toda la pantalla. Tenía en mis manos el glorioso “Streets of Rage” sin saber que era uno de los fundadores del género beat’ em up.
Este género que podríamos traducir aproximadamente como “golpealos a todos”, conocido también como “yo contra el barrio” en España, era el que jugábamos incluso de más parvulos en los diferentes locales de arcades que había tanto por la avenida Corrientes, en Buenos Aires, como por el antiguo centro de tugurios cyberpunk que era Lavalle y Florida (literalmente podías encontrar barracas al mejor estilo Akira con los juegos indispensables y lo necesario para jugar desvelado al pool acompañado de un café). Este estilo de videojuegos no pedía más que destreza -o muchas monedas de 50 centavos en su defecto- para conectar todos los golpes posibles a cientos de punks y malayuntas que venían a partirte la madre con un soundtrack de 16 bits que daría paso a lo que a futuro llamaríamos synthwave. Streets of Rage fue uno de los pioneros en hacer todo esto.
Si ahora me preguntas qué es lo que más me gustaba en esa época cuando lo jugaba no sabría darte una respuesta certera. Recuerdo el buen flash de poder jugarlo con un amigo ya que los personajes (aunque eran tres en la primera entrega que jugué aquella vez) tenían funciones de agarre en cooperativo que hacían todo muy dinámico para una época donde jamás me iba a imaginar que en el futuro podría jugar siendo 3 personajes simultáneamente en un mundo abierto, como en el GTA V. Tal vez fuese el hecho de que esta versión estaba en su idioma japonés original y sin subtítulos, por lo que su trama era casi imposible entender, lo que me llevaba a disfrutar únicamente de las ostias que repartía, recordar el diálogo que teníamos con el jefe final antes de pelearnos, donde había que responder y dependiendo de tu respuesta podía ocurrir la batalla final ó que retrocedas unos capítulos obligandote a hacer todo nuevamente desde ese punto. Cabe mencionar que en esa época Internet recién se estaba gestando como un comunicador global, de ahí que no tenía idea de estar jugando una obra maestra que ya había sido gestada y aniquilada para ese momento.
Aún así y todo tampoco fue lo mejor que jugué ya que luego fui conociendo verdaderas obras de arte o juegos que me obligaron a estar horas y horas pegado a la pantalla. Sin saberlo realmente SOR quedó en mi memoria, como esperando a que una empresa como DOTEMU y el marketing de la melancolía -sí Polaroid lo sabrá- me lo devuelvan a la vida.
Durante la pandemia muchas personas nos vimos con ese tiempo libre para volver a conectarnos con los juegos y ese amor que teníamos desatendido. Momento propicio para recordar esta saga cuando le di play a su última entrega llamada Streets of Rage 4, a secas. Para esta altura ya tenía en mente lo que estaba por jugar y eso fue lo que más me impresionó; sin buscar nada me encontré con un juego que una persona como yo, que solo había jugado al primero, iba a encontrarlo adorablemente nostálgico y a su vez descubrir mecanismos tan actuales como los combos y la “esquina” que tanto vemos en los fightings games de actualidad (Dragon Ball Fighterz, Guilty Gear, Marvel vs Capcom,etc), logrando así una entrega magnífica que volvió a sentarme -en este caso a la pc- obligandome a terminarlo, ya sea solo o en pareja tal como había pasado años atrás.
Claramente semejante suceso me llevó a investigar sobre ciertos puntos llamativos de esta obra que me parece interesante resaltar: entre la tercera y esta nueva cuarta entrega pasaron 26 años -dato no menor si pensamos en cuántas sagas intentaron seguir y fracasaron– mostrando como un juego bien pensado y con la pizca necesaria de actualidad puede dar en el clavo. La empresa encargada de tan buen juego viene de una remake exitosa como la de de Wonder Boy (sí, el arcade que te viene a la cabeza) llamado “Wonder Boy: the Dragon’s Trap”, y estando en vísperas de la remake del clásico de las tortugas ninjas “Teenage Mutant Ninja Turtles: Shredder’s Revenge” (que bueno va a estar esto). Hubo un par de ansiosos que les gustaba tanto el juego que en 2011, después de ocho años de desarrollo se mandaron una remake brutal, fan made, para homenajear con material único y muchas funciones a la saga original, logrando un producto tan bueno y enviciante que los mismo dueños de SOR a cargo de Sega América les pidieron amablemente que lo den de baja ya que estaban perdiendo plata y prestigio (supongo que hoy por hoy no debe ser algo trabajoso descargarlo y gozarlo), dejando así a la franquicia en un hiato interrumpido con la nueva ola de remakes y buenos pasos para un medio que no necesitaba de grandes cambios sino los justos y necesarios.
Y así una cosa te lleva a la otra y te ponés a leer sobre la producción de este juegazo y encontrás que cuando los fans de SOR vieron que la música de la cuarta entrega iba a estar a cargo del gran (y no me pongo de pie porque no lo conocía hasta que escribí la nota) Yuzo Koshiro la cosa se puso seria. En mi caso, cuando jugaba estos juegos en la consola la verdad que mi capacidad cognitiva no estaba del todo desarrollada como para realmente disfrutar de la música, es más, alguno que otro lo he pasado en completo silencio o con mi cassette a puro Korn, pero no por eso no disfrutaba de las melodías que en esa época habían captado la atención de tantos jóvenes que aún no sabían de la existencia todoterreno de Santaolalla.
A lo que voy con esto es que la música en este juego no es un tema menor, es más, al disponer con el compositor Koshiro se sabía que íbamos a contar con un producto pensado y pulido en sus detalles como lo es la banda sonora de una entrega oficial de la saga SOR. Claramente el juego final, que fue el que me llevó a toda esta reflexión e investigación fue un éxito rotundo (mientras se publica esta nota estamos a la espera de su primer DLC Mr X Nightmare mostrando cómo el contenido descargable hoy por hoy nos asegura continuidad) y gran parte gracias a su música compuesta por un artista que hasta ese entonces me era un total desconocido, lo cual me llevó a buscar sobre su vida y obra y encontrar que este muchacho es mundialmente famoso y una eminencia en su Japón natal, siendo millonario y todo gracias a su aporte a la música de la franquicia SOR. Mi asombro se acrecentaba mientras iba leyendo como algo que había pasado por alto, para toda una cultura es elevado al status literalmente de rockstar. No es mi intención con estas líneas pasarme ahora por un análisis antropológico cultural de por qué en una sociedad como la japonesa un tipo que hace música para videojuegos puede alcanzar la fama que por aquí tendría un novelista o deportista porque sería irme por otro flujo de información que realmente no manejo. Para eso está mi colega INNERVOID y la columna que maneja con criterio para escribir de estos asuntos tan ricamente complejos en Contemplando el Éter.
Por mi lado, esta nota está finalizando, ya que mi intención es darles pie a que busquen más información. Cualquier dato sobre su desarrollo y cómo se forjó este gran juego podés encontrarlo en portales donde realmente se dedican a esto. Era para mí menester poder rescatar algo tan ajeno como lo son los rockstar indie pops japoneses.
Espero que sea de su agrado.