Hace unas semanas la internet estalló con esta noticia: una pieza de arte digital fue subastada por 400 Ethereum, es decir, el equivalente a 1.3 millones de dólares.
Unos días atrás, el meme de Chloe fue vendido como ítem coleccionable por unos 76.000 dólares.
¿Qué nos estuvimos perdiendo?
Ante todo, tres cosas: criptomonedas, NFT y metaverso.
El furor por el dinero virtual ya no necesita presentación, pero por si acaso, deberíamos repasar algunas explicaciones:
Ethereum y Bitcoin son las dos criptomonedas más importantes al día de hoy. Su valor reside en que están fundadas en la tecnología Blockchain, una base de datos descentralizada que elimina la necesidad de que intermediarios como los bancos tengan que verificar los intercambios de dinero. Esto se logra conectando potentes computadoras provistas por usuarios (los llamados nodos) alrededor de todo el mundo que computan y registran en simultáneo y de manera automática todo el historial de cada Bitcoin o de cualquier otra criptomoneda basada en Blockchain, haciendo que este sistema sea resistente a los hackers y a la manipulación humana -o gubernamental- ya que cualquier modificación es visible públicamente.
Cada vez que se realiza una transacción monetaria de este tipo se realiza mediante un smart contract (contrato inteligente) que consiste en unas líneas de código asociadas a la transacción que son comprobadas por todos los nodos, otorgando validez y trazabilidad al movimiento a cambio de una recompensa en cripto, proceso denominado criptominado.
“Ahh, pero si lo hago yo nadie le da bola”
Ahora bien, utilizando el mismo concepto de smart contract puede lograrse un certificado digital de propiedad que tampoco necesita de un tercero (reemplazando el rol de un escribano o de un especialista en arte, por ejemplo) lo que constituye la base de los NFT (Non Fungible Token), que vienen a ser piezas de código que identifican un archivo de manera unívoca (música, video, imagen, etc) permitiendo que sea considerado único y por lo tanto imposible de intercambiar aunque se pueda copiar. Es decir -citando el ejemplo más común- que funciona como el registro de una obra de arte: puede haber muchas copias de la Mona Lisa, pero solo un original; las copias por más fieles que sean, pueden valer más o menos, pero nunca tanto como la original. Lo mismo aplica a objetos históricos como la guitarra de Jimi Hendrix o una foto autografiada por una celebridad. Los coleccionistas (millonarios, claro) y las galerías de arte gastan fortunas en un objeto, no para explotarlo sino por su rareza y la posibilidad de venderlo a un precio aún mayor.
Para ser más precisos, un NFT no es la obra en sí, sino el token (una suerte de vale o representación digital de valor económico, como una ficha de casino) asociado a la obra.
A partir de 2017 el mercado de NFTs adquirió fuerza al ponerse en marcha la especulación y las burbujas de precios. Al poder asociar un código único, que además puede ser rastreado y verificado para ver quienes lo adquirieron antes, un archivo por más que sea público (como el caso del primer tweet, vendido por millón de dólares, o grandes momentos del basket en la NBA) puede volverse un ítem de colección y por tanto, subastado.
Artistas reconocidos de otros ámbitos están aprovechando la movida para lanzar sus propios NFT y así seguir facturando en grande, tan sólo porque esos pixeles llevan su nombre, además, los smart contracts permiten que el creador obtenga regalías cada vez que la obra pase de mano en mano.
Lo primero es ser famoso, el resto se hace solo.
Si ya nos costaba entender cómo se vendían obras de arte que consisten en una mancha roja sobre una pared, con estas colecciones podríamos volvernos locos. Es que suele perderse de vista que detrás de estos enormes movimientos de dinero puede haber mucho más que simple coleccionismo o esnobismo.
¿Por qué gastaría tanto en un par de píxeles?
• Inflar la moneda: poseedores de gran cantidad de monedas cripto realizan operaciones por inmensas sumas para “inflar” la moneda, mostrando al mundo una confianza excesiva, lo que lleva a que los precios se disparen y caigan según su voluntad, como sucedió con los célebres tweets de Elon Musk a principios de este año. Vendiendo las obras muy caras antes de que la confianza desaparezca podrían ganarse millones y el último tonto que no tenga a quien venderselas habrá perdido una cantidad similar.
• Lavado de dinero: No podemos ser tan inocentes de pensar que esto no se hace: desde 2017 se conoce que narcotraficantes y grupos terroristas utilizan criptomonedas para introducir dinero obtenido ilegalmente en el sistema legal. Aprovechando el anonimato, comprarían cientos de Ethereum con dinero ilegal para, por ejemplo, adquirir piezas de arte digital, que luego venderían a mayor precio. Si bien esto no está demostrado, sí lo está que grupos como ISIS y Al-Qaeda reciben donaciones en criptomonedas.
• Alardear: En realidad no es tan descabellado y es la opción más común: los usuarios de juegos como Fortnite o Roblox (en su mayoría menores de 20 años) están acostumbrados a pagar por los skins de sus personajes, ¿por qué no lo haría alguien con una foto de una roca? Después de todo, más allá de pasar un buen rato jugando también importa estar arriba en las tablas o destacar entre los demás aunque sea por la apariencia única de tu personaje.
Este último punto nos lleva a otra cuestión no menos interesante: el Metaverso.
Tierra a la vista
Mucho se ha hablado de esta nueva etapa en la internet. La expectativa es similar a la que hubo al inicio de la web 2.0; sabíamos que ya estaba entre nosotros pero no sabíamos qué iba a surgir de todo eso.
El espíritu de esta transformación, que viene siendo incentivada por empresas como Facebook, es modificar la experiencia de usuario y hacer que se asemeje más a la realidad física, por lo que tecnologías de realidad aumentada y virtual como Occulus (también de Facebook) serán clave.
Mientras Zuckerberg se demora, grupos de inversionistas y programadores se adelantan a la jugada, como es el caso de Decentraland, plataforma pionera en parcelar y monetizar completamente su territorio, un mundo virtual e inmersivo donde los propietarios de esas parcelas (LAND, en el lenguaje de la plataforma) son quienes desarrollan los contenidos, pudiendo agruparse con otros para crear distritos e incluso Estados, unidos por intereses en común y así decidir sobre el mismo universo.
De momento los propietarios de LANDS ya crearon minijuegos, arte, y tres casinos que están contratando usuarios que sirvan como guías por 500 USD al mes.
Como siempre, las cosas se pueden ir de las manos de una manera impensada.
Ya casi, casi que nos son familiares las performances de música virtuales, las exhibiciones de arte y el comprar y vender productos digitales a otros avatares como sucede en Fortnite, pero Decentraland cuenta con la particularidad de ser controlada completamente por sus jugadores y estar creada en Blockchain, por lo que nunca se caerá ya que no está alojada en ningún servidor particular; además mediante NFT asegura la propiedad de los ítems digitales, en este caso, una porción de terreno y lo que se construya en ella.
El inicio de todo esto tiene a Second Life como referencia obligada. Este juego online lanzado en 2005 fue adelantado a su tiempo, incorporando las nociones de trabajo virtual, los conciertos -como el de U2 en 2008- y de altcoins al tener su propia moneda (Linden) haciendo posible que un usuario cree su avatar y trabaje para otros avatares, sea diseñando su vestuario o sacándoles fotos y pudiendo cambiarlo por dinero real. Asimismo las movidas de crear bibliotecas de información prohibida y de difícil acceso o de realizar films virtuales se originaron en Second Life, pero debido a su complejidad, requerimientos y sistema de pago cayó en desuso y hoy en día tiene menos de un millón de usuarios.
El metaverso que sueñan los gigantes tecnológicos es uno donde se puedan comerciar productos digitales y físicos, con todas las compañías conectadas entre sí y donde los avatares de los usuarios circulen libremente de una plataforma a otra llevando consigo sus pertenencias virtuales en forma de NFT tal como llevamos nuestra ropa o billetera en la calle.
Así como podemos toparnos con un auto de lujo, acá quizás nos encontremos con alguien con un skin exclusivo de miles de dólares.
En el fondo no dejamos de gastar en las mismas cosas.
Todo lo que brilla
¿Cómo se incorpora esto en nuestra realidad latinoamericana? A principios de septiembre, El Salvador se convirtió en el primer país en aceptar el Bitcoin como moneda de curso legal, renovando la polémica ¿Está seguro el dinero de la población con una moneda descentralizada y tan volátil? El país centroamericano con el mayor índice de violencia del continente y 60000 personas involucradas en pandillas criminales tiene un 70% de su población sin acceso a cuentas bancarias, por lo que se espera que este movimiento sirva para introducirla al sistema bancario y “mejorar” la situación de las 6 millones de personas que la habitan.
Por su parte, Chile acaba de crear una comisión para evaluar la posibilidad de que su Banco central cree una moneda digital (CBDC) tal como están proponiendo en la Unión Europea.
En Argentina (cuna de los creadores de Decentraland) y en Perú se incrementó la adopción de criptomonedas en el último año y varias empresas argentinas están recaudando enormes sumas en sus inicios.
En lo que respecta al metaverso, se estima que su incorporación sea paulatina y que de a poco nos acostumbremos a las experiencias de este tipo. Probablemente uno de los usos prácticos y sociales más provechosos sería su aplicación a la educación, dado que para las nuevas generaciones que tienen universos como Minecraft como on-ramp -es decir, como plataformas a las que ya están acostumbrados desde pequeños- la tradición escolar de pizarra y lapicera se vislumbra como obsoleta.
Sin embargo no todo es positivo; muchas voces se han alzado señalando que la Blockchain requiere que las computadoras de los nodos funcionen al máximo consumiendo enormes cantidades de energía para mantener la red; por otra parte, el hardware de sus piezas está construído con recursos provenientes de algunos de los lugares más empobrecidos del planeta, como sucede con el coltán, mineral extraído principalmente del centro de África bajo condiciones de semiesclavitud.
Sin acceso a las maravillas modernas, más de la mitad del mundo -la que sostiene la estructura- verá esta revolución desde afuera.
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