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El anuncio de la instalación de un data center de Google en Uruguay desató una ola de entusiasmo por los beneficios económicos, pero también encendió las alarmas sobre su impacto ambiental. Después de la prolongada sequía meteorológica entre 2020 y 2023, la falta de información genera preguntas en una población susceptible. ¿Puede el desarrollo tecnológico coexistir con la preservación de recursos esenciales como el agua?

 

Joven en data center analizando datos. Fuente: Freepik

Joven en data center analizando datosservers. Fuente: Freepik

 

Por Silvina Canon

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En julio de 2023, la periodista argentina Valentina Koifamn tomó un café en Montevideo. “Era realmente muy feo”, recuerda, explicando que tuvo que añadirle sal para hacerlo bebible. Más tarde, al cocinar, evitó salar el agua porque ya contenía tanto sodio y cloro que “la salinidad del agua aumenta y es intomable”. Este caso no fue el único en volverse viral. A 570 kilómetros, en Olivera, Salto, niños de una escuela rural suspendieron las clases abruptamente por vómitos, diarrea, dolores estomacales y fiebre. Tras analizar el agua de un pozo local, se descubrió que estaba contaminada con coliformes fecales. Un mes más tarde iniciaría la sequía. Ambas historias, marcadas por la crisis hídrica, reflejan las diversas formas en que el agua afecta la vida cotidiana en Uruguay y dieron inicio a una nueva conciencia colectiva.

El inicio de un megaproyecto

A principios de noviembre, en el corazón del Parque de las Ciencias, una zona franca en Canelones y hogar del reciente presidente electo Yamandú Orsi, se aprobó la Autorización Ambiental Previa (AAP) para la construcción del primer centro de almacenamiento de datos de la región. El predio de 33 hectáreas equivale a la extensión del Bioparque Temaikèn en Escobar, Argentina, o el estadio Allianz Arena en Múnich. Este proyecto tiene su espejo en Chile, pero con algunas salvedades.

A mediados de noviembre cerró la consulta nacional sobre el Plan Nacional de Data Centers (PDATA), una propuesta del Ministerio de Ciencia para evaluar si es factible transformarse en un “referente de desarrollo sustentable y estratégico de centros de datos en América Latina”. Sin embargo, el temor a “shocks energéticos”, como los experimentados en Irlanda o los Países Bajos, donde la demanda energética colapsó las redes eléctricas, avivó el rechazo transversal de los ambientalistas y organizaciones en Uruguay.

Estas alarmas resonaron con más fuerza ante la escasa información sobre la triada agua-tecnología-energía que intentaremos develar.

Una granja de datos: ¿Qué es un data center?

¿Alguna vez te preguntaste dónde van todas esas fotos, selfies o archivos que subes a “la nube”? La respuesta no está en el éter, sino en data centers: instalaciones que funcionan como bibliotecas digitales, llenas de servidores que procesan y almacenan información. Servicios como Spotify, Netflix o WhatsApp dependen de estos “bibliotecarios digitales” para entregar información a tus dispositivos en tiempo real.

Para que funcionen, los data centers necesitan servidores que encuentran y envían información, cables e Internet que transportan esa información hasta tus dispositivos, y sistemas de enfriamiento que permiten operar sin fallas. Esta gran alacena de datos chatarra y de valor puede pertenecer a Google, Amazon, Alibaba Cloud o Tencent, si estás en China. Están distribuidos de manera descentralizada por el mundo.

Uruguay cuenta con una ventaja clave: su propia autopista digital, el cable submarino Firmina, que conecta a Argentina, Uruguay y Estados Unidos con 13,500 kilómetros de extensión. Este cable facilita el transporte de servicios digitales como YouTube, Gmail y Google Cloud. Sin embargo, aunque esta infraestructura es crucial para la economía digital y la tecnología, también enfrenta desafíos locales.

Nuestra basura algorítmica

El escritor Yuval Noah Harari ya advirtió sobre los avances tecnológicos descontrolados, los patrones de consumo insostenibles y la explotación de recursos naturales. Los data centers no son la excepción. Según un informe de The Washington Post, la inteligencia artificial (IA), como ChatGPT, puede consumir 519 ml de agua por generar un correo de 100 palabras, lo que equivale a una botella de agua. Este nivel de consumo, multiplicado por millones de usuarios, genera un impacto acumulativo alarmante.

Inicialmente, el proyecto de Google en Uruguay requería 7.6 millones de litros de agua diarios, pero se modificó a un sistema basado en aire, reduciendo significativamente el consumo hídrico. Sin embargo, sectores como REDES-Amigos de la Tierra, con Raúl Viñas como representante, continúan cuestionando la falta de transparencia en los estudios de impacto ambiental. Viñas advierte: “Estos proyectos no priorizan las necesidades de la población, que ya enfrenta restricciones en el acceso al agua potable.”

Según un informe sobre Energías Renovables de Uruguay XXI, entre 2018 y 2022, el 94% de la generación de energía eléctrica provino de fuentes renovables, descendiendo al 91% en 2022 debido a una disminución en la fuente hidráulica causada por la sequía. “Uruguay debe ser extremadamente cuidadoso en cómo gestiona recursos como el agua, especialmente después de la reciente sequía”, comenta el Dr. Andrés Ferragut, de la Universidad ORT. También resalta la importancia de imponer regulaciones estrictas para garantizar que estos recursos se utilicen de manera responsable.

Un futuro entre tecnología y sostenibilidad

Los data centers son el corazón de la economía digital, procesando enormes volúmenes de datos generados por la IA y el Internet de las cosas (IoT). Sin embargo, el conflicto entre desarrollo tecnológico y sostenibilidad es innegable. Uruguay enfrenta el desafío de equilibrar el progreso económico con la conservación de sus recursos naturales.

El dilema es complejo. Mientras tanto, comunidades locales y organizaciones ambientales mantienen la presión para garantizar que estos proyectos no comprometan el bienestar de las generaciones futuras.

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