“La regla número uno cuando hay crisis en cualquier ámbito es que se sepa lo que está pasando, porque en una política de datos en una crisis, no publicar un dato aunque sea malo es peor”. Carolina Cosse Intendenta de Montevideo
La sequía pega fuerte en América Latina y en el paisito ya se sienten las consecuencias. Si bien no es un fenómeno nuevo, la falta de lluvias en los últimos 3 meses deja ver, además de preocupación, un destino incierto para la población agrícola y consumidora.
Montes frutales que se secan, tajamares secos, animales sin agua en el interior del país y ahora escasez de agua en Montevideo, Carrasco y Canelones; Más del 60% de la población hoy no está recibiendo agua potable.
La intendencia planteó 20 medidas de corte variado a nivel nacional y en Montevideo, para garantizar el servicio durante los próximos 30 días. Algunas de ellas son contar con variaciones en las tarifas, prohibir el uso excesivo de agua, organizar cadenas sistemáticas para quienes llevan agua desde distintos puntos del país, mapear sistemas críticos, realizar registros de voluntarios para quienes deseen abrir sus pozos a la emergencia, facilitar la importación de insumos para exportar, exonerar tributos a agua embotellada controlando precios y políticas de bienestar animal, entre otras.
Si bien la crisis se encuentra agudizada por la sequía, organizaciones de personas científicas ya habían anticipado esta problemática que lleva más de 25 años; Mediante propuestas, apuntaron a optimizar la concentración, gestión y distribución del agua, pero sus iniciativas fueron desoídas.
Carlos Santos, integrante del Grupo de Ambiente y Derechos Humanos de la Udelar, sostiene en relación a un artículo de su autoría denominado “El agua como subsidio ambiental del agronegocio en Uruguay”, junto a María Noel González y Martín Sanguinetti, que: “Los principales rubros que la consumen son la celulosa, los lácteos, la soya, la carne vacuna y el arroz. En el trabajo, realizan una ‘huella hídrica’ de cada sector, entendida como ‘un indicador del uso de agua dulce’, que analiza no solo el uso directo de agua de un consumidor o productor, sino también el uso indirecto del agua […] considerando el volumen de agua dulce utilizada para producir el producto, medido a lo largo de la cadena de suministro completa”.
“Este indicador plantea tres niveles de consumo o pérdida de agua: la huella hídrica azul, con relación al agua subterránea disponible que no vuelve a la fuente luego de la evaporación; la huella hídrica verde, la derivación de agua de lluvia de su escorrentía; y la huella hídrica gris, referida al volumen de agua necesario para diluir la contaminación volcada al agua durante el proceso de producción”, se explica en el texto. Sin embargo, plantea que la herramienta tiene una limitante: “No incluir la destrucción de ecosistemas y sus procesos naturales positivos sobre la potabilización del agua”.
“No incluye los efectos sobre la depuración de las cuencas y la mitigación del cambio climático que generan los pastizales, ecosistema desplazado por el cambio en el uso del suelo. La expansión de los cultivos forestales y sojeros en el último decenio ha tenido consecuencias negativas en las condiciones del agua para su utilización en el abastecimiento de poblaciones humanas. Para las aguas superficiales del país, uno de los principales problemas de calidad tiene que ver con la eutrofización, es decir, que la alta concentración de nutrientes genera un nivel alto de productividad primaria de cianobacterias y microalgas, fenómeno que compromete el sostenimiento de la vida de los sistemas”, aclaran los autores y autora.
Queda claro que son múltiples las razones que llevan a la situación actual agravada por la sequía. Así como también la lentitud que caracteriza al humano para tomar decisiones cuando la tierra arde.