Buenas, ¿cómo dice que le va? Voy a comentarle cómo viene la mano.
¿Recuerdan que hace unos meses salió la entrevista con Claudio Ramirez? Bueno, luego de eso y un par de charlas más el Sr. Ramírez me sugiere “deberías hablar con Eduardo, es un tipo muy piola”.
¿Quién es Eduardo? Pregunta difícil de contestar; establecer una respuesta es quedarse corto y equivocadamente lapidario, pero con el fin de establecer un suelo común para nosotros los vulgares, el Sr. Eduardo Orenstein es (entre muchísimas cosas que desde ya avisamos, no vamos a poder cubrir) la persona detrás de Rayo Rojo. Sí, ese local de libros espectaculares en la Bond Street, la mítica galería de Buenos Aires punto de encuentro de muchas tribus urbanas.
“¿Y si le hacés una entrevista?” Yo, fumado e inexperto digo: “bueno, veamos que sale”. Así me sumerjo en la titánica tarea de elaborar preguntas interesantes a una persona que a medida que averiguo abarca tantos aspectos que se me escapa de las manos.
Bueno, basta. Vamos a lo nuestro
Luego de los preparativos para el encuentro, la cita se da en feriado (14 de abril) en el depósito del Sr. Orenstein; me segundea Mr Ramirez y adoptó mi personaje de embajador de un país que no existe pero donde son todos hiper respetuosos. Bajo con mi grabadorcito, una hojita impresa con anotaciones que parecen preguntas y con una sonrisa afable el entrevistado nos invita a pasar.
El recibidor del llamado depósito me tomó por sorpresa e incontables fotos en cuadritos se superponen en la pared derecha. Creo reconocer algunas caras, ¿puede ser una Betty Page sin mucho maquillaje? Creo que hay una Coca Sarli, son muchas fotos. No me cuelgo observando por respeto y continuo mi camino por una habitación oscura mientras Orenstein y Ramirez hablan como viejos amigos. Hay cajas, estanterías con objetos que no puedo ver por estar concentrado en caminar sin chocarlos (la pérdida podría ser más que material) y finalmente nos estacionamos en la habitación con el ventanal que da a la calle. Intento sostener la mandíbula al observar tamañas estanterías repletas, pero REPLETAS de lo que debe ser material invaluable y extraño. Hasta donde sé, hay posters originales de películas clásicas, de la época dorada, “de culto” (por alguna razón al llamarlos así siento que les faltó un poco el respeto), libros particulares de ediciones exquisitas, juegos, juguetes, objetos extraños, y fotos, multitudes de fotos y demás piezas que si me pongo a describir no arrancamos más. Todo esto ordenado de una manera en la que a Orenstein le debe ser natural y lógica.
Luego de las pertinentes presentaciones , rompí el hielo mencionando la vez que quise conseguir un libro extraño vía internet, a lo que Orenstein me pregunta: “¿Qué tipo de libro estabas buscando?”
Con algo de vergüenza, respondo: “malformaciones del neonato y otro de torturas medievales”. Comentando con chanza (*1) hacia Ramirez “mirá como le pongo onda porque lo invitaste vos” y sin moverse un centímetro, como si lo hubiese preparado, saca desde debajo de un mueble un libro de aproximadamente un metro de alto, no recuerdo el titulo, pero si las fechas: 1910-1916. Se trata de un ejemplar donde figuran fotografías facsímiles con sus correspondientes explicaciones técnicas en inglés, alemán y castellano. ¿Fotografías de? Disecciones, muchas, de torsos, uteros, en blanco y negro y a color; Eduardo comenta “son fotos coloreadas, aún no se imprimía a color en estos ejemplares”. El libro tiene algunas roturas y arreglos con cinta adhesiva, “este arreglo es cualquier cosa, hacer esta restauración es un montón de laburo”, “quien diseñó esto, fíjate, podría haber aplicado un desvanecido en el borde de la foto, pero eligió mostrar todo, las costuras y los detalles de la piel” -estos comentarios valen oro-. Al llegar a las páginas más “fuertes” debo detener la descripción para salvaguardar lo poco que queda de mi decencia.
Entonces, tal vez para apartar el tema de los libros, nos movemos a otra habitación y nos muestra esto:
“¿Qué es eso, Eduardo?” Pregunta Ramirez; “es un juego de prótesis”, contesta Orenstein. “La de arriba es un brazo para mujer, y el de abajo es para hombre, todos los otros son los accesorios”.
Algo de lo que había:
- diferentes tipos de garfios
- pinzas
- un pelapapas
- un accesorio para enhebrar agujas
- y lo mas loco, un “volante suicida” (*2)
Ok, ya abierto el juego, ¡vamos a hablar de otra cosa! Hablemos de Cojer.
Cojer es el nuevo libro de Orenstein, una selección de producciones clandestinas que circulaban en el Uruguay y la Argentina del siglo XX. Compendios de poemas, rimas, fotografías y dibujos de orden popular que atestiguan una historia al borde de la marginalidad que ni la ley ni la moralidad han podido callar.
De sus páginas se disparan múltiples lecturas: la documentación de la praxis popular del erotismo y sexualidades ajenas a los pudores y tabúes de la época; evidencia del trabajo editorial y gráfico clandestino del siglo XX, sea por medio de seudónimos (no se descarta el aporte de escritores de renombre) o nombres y ubicaciones de editoriales inexistentes; y por sobre todo, la reivindicación de estos héroes anónimos: productores y facilitadores de erotismo popular, alejados de las galerías y los disfraces del Arte (*3) que pareciera ser el único medio por el cual la cultura imperante podía llegar a aceptar un atisbo de teta.
Pero esto es solo la punta del Iceberg.
Cojer es una jugosa selección de obras, un vistazo a lo que el Museo Erótico de la Ciudad de Buenos Aires contiene. Museo del cual Eduardo es dueño y director.
Antes de que pudiera preguntarle por el museo ya estaba mostrándome una vitrina con material histórico de distintas épocas.
Muñecas , consoladores, publicaciones clandestinas, botellas de forma fálica y una varieté de objetos se amontonan en la vitrina exigiendo atención, entre ellos, dos piezas que me asombraron: uno es un “masajeador de espaldas” que se vendía en los ’70. Si lo ves, es un recontra consolador y quien lo usara para la espalda seguro hoy no podría jugar al tetris. El otro es literalmente un consolador de madera, barnizado, no tan imponente en su grosor pero sí en su largo. Ni idea de que época es, pero es una pieza muy interesante.
“Ése es uno de ahora”, responde Eduardo a mi pregunta de novato cuando vi un consolador de látex envuelto en celofán .“Y eso no es todo” me dice y señala una estantería con cajas, muchas cajas cerradas con etiquetas. Baja una.
“Esto es interesante, mirá” y en el interior de la caja hay muchísimos papeles apilados, todos dibujados con secuencias al estilo historieta, en todos los cuadros hay gente cojiendo. Según me cuentan, el artista era un tipo que no paraba de dibujar, en cualquier material, por eso hay hojas comunes, panfletos, hojas de libros y hasta el papelito ese de aluminio que traen los cigarrillos, todo eso con secuencias sexuales. “Son más de 4000 hojas con dibujos, y además de distintas épocas”, ahí me responde porque cada cierta cantidad de hojas hay un cartón que reza 1840, 1815 y así.
Otro ítem a resaltar es una colección de fotografías de 1910-1920, pertenecientes a un policía (puaj) que en su tiempo libre se dedicaba a sacar fotografías a sus partners sexuales, sin hacer discriminacion de cuerpos, tamaños, etnias o edades. Bastantes de ellas demuestran un grado de producción digno de mención, además de tiempo y sensibilidad que le agregan un toque artístico; otras, un nivel de turbiedad que sumada a la estética de la fotografía y su material nos inquieta.
Como último, la joya de la corona, una colección de “pendejos” (*4). La cosa es así: César y Pepita en los años ’20 tenían relaciones y cada vez que lo hacían sacaban fotos y juntaban los vellos desperdigados, inmortalizándolos en paquetitos. Algún día veremos un libro editado con ésta particular historia.
“Para mí un museo erótico no es cualquier cosa, no es sólo la belleza de los cuerpos o una recopilación del arte de tipos que pintaron culos y tetas, sino un lugar donde se puede entender la sexualidad en función del desarrollo político y cultural de las sociedades, incluso mi museo debería incluir objetos horribles que rodean al sexo como, por ejemplo, un equipo para hacer abortos, porque es algo que se solía hacer y tiene relación directa con la conducta sexual de la gente. Y claro, también lo que suelen llamar perversiones, porque un museo no puede evitar el relato que nos cuenta la sexualidad acerca de la gente en determinado período histórico, de no hacerlo estamos validando el relato del poder y su objetivo de sancionar. Para mí hay ciertas cosas polémicas que deberían estar dentro de un museo de lo erótico-pornográfico, porque ¿quién puede definir lo que es el límite entre el placer y el dolor? Es una frontera muy lábil. Lo que a un individuo lo satisface o lo excita es algo muy particular, y eso para mí es el misterio que encierra lo erótico”.
Texto extraido de la nota de Publico.es
“¿Qué onda, hay plan de exhibir esto?”
La respuesta fue algo así: Por supuesto, durante mucho tiempo se buscó lugar o financiación para montar el museo pero no hubo respuesta. Al parecer si esto se hace en Barcelona, Nueva York o ciudades así sí es importante, pero acá no hay mucha valoración por el erotismo popular. Ya no busco lugar, si alguien viene con una oferta seria, acá hay 400 mts cuadrados de material para museo. Y no solo en calidad de exhibición, sino también material de estudio.
Así que eso, ponganse las pilas y vayan con una oferta piola.
El audio de la entrevista improvisada (5*) para que puedan disfrutar con auriculares y hacer sus cosas.
Miles de gracias a Eduardo Orenstein por abrir las puertas de su espacio, cedernos su tiempo un feriado y atendernos con una humildad y paciencia digna de caballeros. La próxima espero poder comprarle algo, quien dice, ese librazo espectacular que mencioné al principio.
Ah si, a esto se refería con “Ahí está el de Mussolini”
Links
Página de la librería Rayo Rojo
Instagram de Rayo Rojo
Instagram de la Editorial Rayo Rojo
Museo Erótico de la Ciudad de Buenos Aires (donde pueden ver a manera de paseo virtual los artículos del museo y sus interesantes documentaciones)
Menciones
1* Chanza: Dicho que tiene gracia y agudeza y que generalmente no encierra mala intención.
2* Una perilla giratoria, también conocida como perilla suicida o perilla de brody, es una ayuda de dirección redonda que se adhiere al volante de su vehículo y sus automóviles, lo que permite al conductor conducir más fácilmente con una mano. Las perillas giratorias fueron bastante populares desde la década de 1940 hasta la década de 1960, pero hoy en día, muchos conductores no están seguros de si es legal usar este dispositivo.
3* Arte (arte con A mayúscula): dícese del tipo de expresión artística que cuadra dentro de los cánones formales y de la técnica académica. Básicamente, el “Arte” es la manera en la que los defensores de una supuesta superioridad cultural trazan la línea entre lo que es válido o no. Occidente la utiliza para referirse a diferentes expresiones y a la hora de chocar con diferentes culturas (como la latinoamericana, africana o asiática) pareciera coartar la calidad y el uso de estas expresiones por medio de su propia limitación lingüística, de ahí que el “Arte precolombino” nos puede ser incomprensible en su cosmovisión. Sí, esta definición la armé yo solito.
4* Pendejos: dícese del vello púbico.
5* Me tomé el atrevimiento editorial de no limpiar demasiado el audio. En esta entrevista no va a haber música de fondo ni nada de eso, está grabada con celular y se escuchan los autos, el ruido de ambiente y todos los detalles que ese aparato pudo captar. ¿Por qué? Porque me parece que da más la sensación de privacidad y te pone más en onda que con todo el aparataje alrededor, y cause that’s how I roll.