Desconozco cómo funciona un algoritmo. Perdón, me corrijo: no tengo idea cómo funciona un algoritmo.
Por lo general, cuando desconozco el funcionamiento de algo que me rodea, especialmente cuando se trata de tecnología, suelo afirmar lo mismo: “es magia, no hay otra”. Es un comodín, un chiste, una trampa que encuentro para salir de un momento de ignorancia, para no mostrar semejante vulnerabilidad, un mecanismo de defensa. ¿Cómo voy a conectar una cajita negra con un par de cables y tener internet en la computadora? ¿Cómo puede ser que toque un botón de mi equipo de música y salga sonido de la nada? El bluetooth, ¿cómo funciona el bluetooth? Tiene que ser magia, perdónenme.
Sin embargo, con los algoritmos de las redes sociales me pasa otra cosa. No los comprendo, pero no solo en su dinámica, sino tampoco en sus fines. No sé si son falibles o brillantes a su manera. Si te muestran lo que querés ver según tu edad, género, nacionalidad, intereses y demás factores o lo que otros quieren que veas. Y no estoy hablando de publicidades, sino de contenido estricto ya sean memes, videos, tutoriales o lo que sea. Me confunden, quedó como cuando el personaje encarnado por Diego Peretti en Papeles en el viento le confiesa al personaje de Pablo Rago que lo que no entiende de él es si es “un genio con larguísimas lagunas de pelotudez o un pelotudo con pequeños chispazos de genialidad”.
Así el algoritmo de Instagram o YouTube se comporta de manera completamente errática. A veces la pega y me recomienda alguna receta de cocina sencilla, algún tráiler de una película o serie interesante o un artículo de una revista cultural, pero otras veces sucede lo contrario. He escuchado muchas veces que, como el algoritmo te muestra solo lo que querés ver, terminás encerrándote en un mundo de publicaciones que solo coincide ideológicamente con vos, lo cual no está bueno. Pero estas cosas no me suceden y de manera aleatoria me aparecen publicaciones de fitfluencers, páginas libertarias y de los protagonistas de este artículo: los finfluencers, fintokers o, simplemente, influencers financieros.
Como su nombre lo indica, los influencers financieros son personas con muchos seguidores que dan consejos sobre finanzas en sus múltiples formas (desde trámites impositivos, hasta trading y criptomonedas). Al igual que el resto de los creadores de contenido de TikTok, tratan los temas en los cuales se especializan de manera amable, sintética y, obvio, mezclado con bailes, chistes y actuaciones. La mayoría de ellos tiene una edad que va de los 20 a los 30 años y su contenido está dirigido a un público similar.
Ahora bien, en principio está buenísimo saber, de forma práctica, cómo mejorar los ingresos, sobre todo en un contexto en el cual el desempleo joven es cada vez más alto y la perspectiva de tener un empleo estable, en un contexto de constante crisis económica, es cada vez menor. Sin embargo, el problema se asoma cuando los consejos no son tan aconsejables, las soluciones propuestas se vuelven ridículas y el mensaje se vuelve peligroso.
En primer lugar, debemos destacar algo. Los finfluencers, por lo general, no son personas formadas en los temas en los cuales dicen especializarse. Se trata de jóvenes, en su gran mayoría de los casos, autodidactas, hijos de la “universidad del internet”. Esto, en primera instancia no debería ser algo malo. Si sus videos se trataran sobre cómo pagar el monotributo o qué es el Riesgo País o cómo funciona un crédito hipotecario, esto no debería representar ningún tipo de inconveniente. Ahora bien, estos influencers dan consejos sobre inversiones. Es decir, si el patrimonio de cientos o miles de personas está en juego por seguir las recomendaciones de una persona en internet, quizás la mejor idea no es que la misma carezca de formación.
Así, muchas veces, estos finfluencers recomiendan realizar inversiones riesgosas haciéndolas pasar como una sencilla forma de hacerse rico. En otros casos, también, esto da lugar a importantes conflictos de intereses. La muestra más cabal de esto es el Pump-and-dump, una estrategia basada en inflar el precio de una acción. Sintéticamente, sucede cuando alguno de estos influencers recomienda a sus seguidores la compra de alguna acción barata, que previamente él compró, para que, cuando ellos compren dichas acciones, el precio se infle artificialmente y el influencer pueda venderla a un precio mucho mayor al que las había adquirido. Esto no sería un problema si fuese beneficioso para el resto, pero no lo es: al vender las acciones, generalmente, el precio se desploma, haciendo perder buena parte de su patrimonio a sus seguidores. Un buen ejemplo de esto, es el caso del australiano Tyson Scholz, quién simulaba ser un accionista millonario en redes, mientras aconsejaba sobre finanzas a sus seguidores, cuando en realidad lo que estaba haciendo era recomendar acciones —que él previamente había adquirido— para que aumenten su valor.
Y es que aquí debemos tener en cuenta un factor que solemos olvidar: los finfluencers son ante todo influencers. Su principal ingreso proviene de la monetización de sus videos, de la publicidad y de que los contraten como caras visibles de compañías. Por eso son frecuentemente contratados por empresas financieras para que recomienden determinadas acciones, apps de finanzas o para que los ayuden a realizar el mecanismo del Pump-and-dump.
Esto, a su vez, puede dar lugar a grandes estafas. En el auge de las criptomonedas, un mundo que mucha gente no entiende, las criptoestafas son más que frecuentes. Se trata de empresas que ofrecen criptoactivos que prometen tener ganancias increíbles. El caso más conocido es el de Generación Zoe, la empresa de Leonardo Cositorto que afirmaba tener una criptomoneda respaldada en oro y prometía inversiones con ganancias de entre un 7,5 y un 10% mensual en dólares (para poner dimensiones de lo que ofrecía Generación Zoe, es necesario mencionar que, actualmente, un plazo fijo en dólares da en Argentina un interés del 0,05% mensual).
Ahora bien, a esta situación debemos sumar el trasfondo ideológico de estos influencers: una suerte de liberalismo financiero aspiracional en el cual, para realizarse, uno debe conseguir la “libertad financiera”, aquel momento en el que uno puede finalmente vivir de sus rentas, sin la necesidad de tener un trabajo convencional. Algo que suena sin duda bonito, dado que a (casi) nadie le gusta trabajar 8 horas por día, por un salario magro que a duras penas alcanza para vivir.
El problema es que la propuesta de estos influencers para solucionar esto no es superadora. Es decir, no implica una solución colectiva, sino una individual. Si la propuesta ideal marxista era la de un mundo sin oprimidos ni opresores, la de estos influencers es la de un mundo en el que yo pueda dejar de ser oprimido para transformarme en un opresor, en el que yo deje de ser un esclavo del sistema para convertirme en esa persona para la cual rinden cuentas los empleados que trabajan las 8 horas diarias.
Así, en cientos de videos estos influencers dan consejos para lograr este objetivo, mientras se burlan de aquellos que deciden ser simples asalariados, ya sea porque por vocación eligieron una profesión que implica trabajar en relación de dependencia o porque por las circunstancias de la vida se vieron obligados a trabajar en esa situación.
En un primer video, por ejemplo, un fintoker representa una conversación ficticia, mientras encarna a dos personajes. Uno de ellos se muestra incrédulo cuando el otro afirma ser dueño de diversas compañías, viviendo de ellas sin verse en la obligación de trabajar. Así, afirma: “es que no trabajo, tengo acciones en Pepsi, Coca-Cola y Starbucks, por lo cual vivo de los dividendos que estas empresas me pagan regularmente”.
El video ofrece una solución simple para alcanzar esa tan soñada libertad financiera: comprar acciones en empresas que paguen dividendos. Y la verdad, parece muy sencillo, ¿por qué no deberíamos hacerlo todos? Quizás porque lo que no cuenta el video es que los dividendos que pagan estas empresas son de apenas un 3% anual promedio, por lo cual, para vivir solo de esas rentas habría que hacer una inversión abismal. Para dar un ejemplo, si pretendiéramos ganar unos mil dólares por mes de esa forma, nuestra inversión inicial debería ser de unos 400 mil dólares, un dineral que muy pocas personas disponen.
En muchos casos, también, estos consejos bordean la autoayuda y parecen estar basados en ideas voluntaristas y meritócratas. Así, invirtiendo tus ahorros en formación, libros de finanzas e incluso en salud, uno podría ser millonario. Según estos influencers, si uno se refugia en excusas como la “mala suerte”, significaría que se tiene una “mentalidad de pobre” o “mentalidad de escasez”. De esta manera, no existen contextos adversos, ni desigualdad de oportunidades que valga: si uno quiere algo rico, alcanzaría con la mera voluntad para lograrlo.
Esto a su vez, se mezcla con un extraño culto a la austeridad: para ser libre económicamente, todo ingreso debe ser reinvertido y no gastado en supuestas nimiedades. Así en otro video, un fintoker, actuando de millonario, afirma que no usa ropa de marca o autos de lujos porque “no debe aparentar comprando cosas caras”. Esto se complementa con otros videos en los cuales el influencer afirma que ante situaciones como ganar la lotería, preferiría solamente invertir ese dinero.
Lo que me enfrenta a una gran pregunta: ¿que está detrás de la aspiración de ser millonario, si ni siquiera se planea gastar ese dinero ganado? Es lo que, en su libro La política, Aristóteles llamó la “crematística”. Es decir, la idea de hacer dinero del dinero. Una idea que le parecía antinatural: el dinero pierde su sentido original (el de ser un medio de intercambio) para convertirse en un fin en sí mismo. La acumulación por la acumulación misma.
No sé cómo funciona un algoritmo, tampoco una pava eléctrica o esas nubes artificiales que están planeando los qataríes para el mundial. Antes de empezar este artículo tampoco sabía cómo funcionan un Fondo Indexado, los NFT y los ETF. Pero después de semanas viendo fintokers haciendo videos explicando formas de hacerse millonario invirtiendo en cosas como las anteriores, puedo decir que sigo sin entender cómo funcionan todas esas cosas. Debe ser magia o algo así.
Colaboración de Gastón Mazzaferro para MUTA. Podés leer su otra nota entrando al siguiente link.
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