Los conceptos son dispersos, cambiantes dependiendo del enunciado, y así bien que nos los creemos como condición sine qua non para pensar en esfuerzos que llevan a una cima.
Los conceptos nos los pintan, quizás lxs coach ayudan, pero no son más que realidades fantasmales que no revierten la línea de la ficción.
Nos vienen engañando con la meritocracia. Las clases dominantes son las únicas que toman el ascensor de la movilidad social ascendente, el resto lo vivimos dentro de la ficción y como el teatro del absurdo: nada de lo que existe, tiene sentido o significado.
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Así pues, pensemos en las acciones sociales que nos envuelven mediando relaciones de poder, económicas y de clase. La gestión del poder desde sectores privilegiados es la que nos atribuye la percepción de la realidad, la del ensueño de tu esfuerzo convertido en materialidad. Somos sociedades adiestradas al punto de competir a muerte mientras una jerarquía nos observa desde el sofá.
Dicho esto, imaginemos que antaño se pensaba a Estados Unidos como un sueño -americandream- por aquella “cualidad” de lograr todo lo que fuere mediando el esfuerzo, a diferencia de la vieja Europa y sus monarquías vetustas; pues no, vaya insensatez que nubló la razón mundial, inundando las calles de miserables que duermen en garajes a pesar de tener el esfuerzo brutal de dos trabajos y nada de ocio. ¡Que gol se comieron!
Es decir, la movilidad social ascendente era un cuento chino que cada vez salió más y más de la ficción a nuestras vidas, cada vez nos lo fueron implantando como el método para “salir adelante”, sin dejarnos pensar que los privilegios y la clase, que no la nuestra, eran realmente los beneficiarios. Porque no es la competencia la que nos da resultado, es la redistribución de la riqueza, el gasto social, la generación de empleo y de salarios decentes, el acceso a derechos; la incorporación al círculo virtuoso de la economía personal y familiar.
En resumen, serán políticas inclusivas las que generen el camino hacia arriba. Mientras el más decadente capitalismo nos consume, el camino de quienes leamos esto será siempre hacia abajo. La movilidad atada a una meritocracia indecente no es más que un concepto vago que no da de comer más que a quienes ya tienen o se logran insertar en el privilegio y, por supuesto, a las élites históricas o las verdaderas castas.
Todo es una falaz mentira.
Y como lo pensó Michael Young en 1958, la meritocracia no podía ser más que ficción.