El 29 de mayo se dieron las elecciones presidenciales en Colombia, la ultraderecha, el tibio centro, el populismo disfrazado de “outsider” y el progresismo socialdemócrata midieron fuerzas. Claramente el andino país, como es ya conocido, sobrevive en un mar de sangre, guerra y narcotráfico desde hace por lo menos 70 años.
Interesante es empezar por el aplauso ante el hastío del pueblo -sobre todo rural- cuando de uribismo y confrontación hablamos. La negativa al centro que no aporta realidades concretas y la gran votación del progresismo, en cabeza Gustavo Petro y Francia Márquez. El primero exguerrillero y ella, valiente luchadora ambiental afrocolombiana.
A modo de análisis, podemos decir que la ultraderecha jamás está estática y, que bien estratega, abrazó a Federico Gutiérrez, exalcalde de Medellín y a Rodolfo Hernández, el falso outsider de la política local; esto en su miedo y decadente manejo de un Estado pauperizador y violador de DDHH. Claro, se sabían perdidos frente a la inevitable ola que, alaridos a voz en cuello, pide cambios y que, en esa medida, se sabían traducidos en votos para el Pacto Histórico de Petro y Márquez, pero también de las colombianidades rurales, jóvenes, estudiantes, desempleadas, mujeres y diáspora.
8.500.000 históricos votos para el progresismo, frente a 5 millones de Hernández, para llegar a la segunda vuelta. Ahora, calle por calle, casa por casa, persona por persona, a conseguir el repunte, de alrededor de 2 millones de votos, para así, poder tener la oportunidad de empezar a construir un país distinto, para todxs, para vivir sabroso.