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Hay un apellido tétrico en el Perú, quizás varios, pero el ser llamado “terruco”, es el peor.

Antes que nada, recordemos la criminalidad, la corrupción, las esterilizaciones de miles de mujeres en contra de su voluntad y la estrategia asesina contra defensores de derechos humanos, estudiantes y quien se opusiera al statu quo del patriarca Fujimori.

A saber, este sujeto presidió a la hermana andina entre 1990 y 2000. Dos años después de asumir decidió tomar el camino del totalitarismo, propiciando un autogolpe de Estado que lo llevó a cerrar el Congreso y poner una tranca al poder judicial.

 

Empezó el juego del terror

 

 Barrios Altos, 1992 y La Cantuta . En el primero las fuerzas -les dicen de seguridad- masacraron a quince personas, entre ellas un nene de ocho años. En el caso de La Cantuta  repitieron la historia, esta vez con ocho estudiantes y un docente de la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle. ¿Los asesinos? El Grupo Colina; mercenarios disfrazados de destacamento en combate contra las históricas y populares guerrillas peruanas -Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA)-.

En la misma lógica asesina del dictador se cuentan las esterilizaciones de mujeres pobres e indígenas por miles -¿las mismas que las élites acusan de embarazarse para que les den dinero?-. Según Tania Pariona Tarqui, lideresa quechua y activista por los derechos humanos de jóvenes y mujeres indígenas, estos eventos fueron políticas de Estado degradantes que “de manera vertical y con directivas dadas desde el Ejecutivo, cumplían en el Ministerio de Salud, médicos, administrativos y asistentes, usando la estrategia de reclutar a las mujeres casa por casa o conducirlas bajo engaño o coacción”. Había una comisión de 30 dólares por paciente.4

 

Caudillismo y corrupción

Según la biblioteca digital Acuedi, “las crisis de partidos crean un círculo vicioso porque las demandas sociales no llegan al gobierno y éste pierde efectividad al no poder atender esas demandas, con lo que baja la legitimidad”. Nacen los outsiders de la política, esos “antipolíticos” ajenos a la clase tradicional a la que culpan de todos los males, para luego, autonombrarse como los que personalmente acabarán con todos los males justamente. Cuento viejo si los hay. Así llegó al poder Fujimori, al que llaman “el chino”, con su terror de diez años.

Entendiendo lo anterior, llegamos a la actualidad peruana, donde el decadente fujimorismo sigue latiendo con su heredera a la cabeza: la procesada y candidata presidencial Keiko Fujimori, que irá a ballotage rumbo a la casa Pizarro.

Una candidata que propone mano dura contra la delincuencia -a menos que tenga su mismo apellido, en cuyo casose se indulta-. Una mujer que condena el aborto, incluyendo las tres causales elementales (quizás para ello hay esterilizaciones) y detesta a la comunidad LGBTIQ+, dejando en el olvido el dolor de aquellos cuerpos gestantes que deben parir porque el Estado les ha abandonado y de aquellos que día a día sufren discriminación por percibirse de otras formas. El otro candidato, a la izquierda del espectro político, no promete algo muy distinto.

Pedro Castillo, el maestro y sindicalista leninista; candidato rural de la sierras del norte, odiado en una Lima casi fujimorista y querido en las regiones abandonadas y olvidadas. ¿La grieta?

Por un lado la población andina, por el otro las élites históricas y excluyentes. Al final, dos candidatos en contra de las mujeres, las diversidades sexoafectivas e identitarias y ausentes en el debate sobre la eutanasia, porque Castillo se declara opositor al aborto, al enfoque de género en la educación, el matrimonio igualitario y la muerte asistida.

No cambia nada cuando la derecha y la izquierda se hermanan en un conservadurismo recalcitrante que perpetúa la exclusión y el odio.

Perú en su laberinto.


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Lo Político

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