La desinformación, la tergiversación y el encubrimiento a los nazis ucranianos resultan cada vez más difíciles de ocultar.
La existencia de neonazis en Ucrania es innegable. No solo por su mera unidad como tal, sino como aparato represivo. Desde el golpe de Estado de 2014, que derrocó al presidente Víktor Yanukóvich (de clara cercanía a Moscú), cuentan con miles de crímenes en su haber. Desde la matanza a los opositores al golpe, quemando vivo a una cuarentena de personas, hasta la persecución y exterminio de pobladores de la región de Donbás, de fuerte pertenencia rusa. Se estima que más de quince mil personas cayeron ante sus ataques desalmados.
Pero los neonazis -entre los que se encuentra el famoso Batallón Azov– no pudieron llevar a cabo sus crímenes sin un soporte estatal, que fue brindado por Poroshenko (el presidente elegido luego del Euromaidán), y ahora por Zelensky (el comediante hacedor de antipolítica, quien actualmente ocupa la primera magistratura del país). El Batallón Azov y sus homólogos integran las Fuerzas Armadas de Ucrania, bajo la dirección del Ministerio de Defensa de Ucrania. Y, obviamente, financiado por la OTAN, que es lo mismo que decir Occidente.
Lo singular de esto radica en su legitimación y legalidad política y pública. Pero en absoluto es aislado, conociendo la actual escalada de fuerzas ultra conservadoras, nacionalistas y, en última instancia, abiertamente nazis que pululan por la “progresista, desarrollada, avanzada e inclusiva Europa”. Polonia, Hungría, España, Escandinavia son algunos de los países donde estas facciones cobraron relevancia en los últimos años, ocupando puestos parlamentarios y hasta eventualmente el poder.
La famosa “guerra interna”
Poroshenko se refería de esta manera a sus compatriotas que habitan la región oriental de Ucrania: “Tendremos trabajos, ellos no. Tendremos pensiones, ellos no. Tendremos beneficios para retirados y niños, ellos no. Nuestros niños irán a las escuelas y hospitales, sus niños estarán en sótanos. Porque no pueden hacer nada, y esa es la manera en que ganaremos esta guerra”. Si un presidente declaraba una guerra contra un sector de su pueblo, uno infiere que quienes lo colocaron en su cargo (de manera democrática) estaban de acuerdo con estas palabras. La segregación y, en última instancia, el genocidio contra estas comunidades estaban legitimados a través del sufragio popular.
Desde Poroshenko hasta hoy, se lleva adelante una política de Estado de criminalización de rusoparlantes; también de comunistas, prohibiendo el Partido Comunista y, en consecuencia, toda referencia, simbología e iconografía alusiva. No es de extrañar que las milicias rusas, una vez vencidos sus enemigos en ciertas zonas, hayan flameado e izado banderas rojas con el martillo y la hoz.
De esta forma, manifiestan una nostalgia del legado de la Unión Soviética durante todo el siglo XX como una cosmovisión opuesta al mundo Occidental y rescatan el apasionado sentimiento de grandeza que supieron inculcar sus jerarcas: un sentimiento humillado, pisoteado y perdido desde la caída del Muro de Berlín.
Brigadas antifascistas y guerrillas de estas regiones se plegaron a los rusos para combatir al propio terrorismo de Estado ucraniano.
Las aberraciones encubiertas de los “ucronazis”
Las fuerzas armadas ucranianas toman como escudo a ciudadanos civiles. Han trascendido innumerables imágenes de soldados asentados en escuelas, hospitales, edificios. Eventualmente, prosiguen a destruir las zonas ya perdidas y a atacar a sus habitantes interceptando sus automóviles cuando intentan escapar por carreteras, hasta eventualmente asesinarlos. La ciudad de Mariupol, hasta hace unos días epicentro del conflicto, ha sido tomada por los rusos para el alivio de sus pobladores. Decenas de miles de civiles de esta ciudad han partido, como era de esperarse, hacia Rusia.
Como (in)dignos nazis, no solo rusoparlantes son objeto de matanzas, sino también las minorías bielorrusas, rumanas, húngaras y gitanas son víctimas de este racismo estructural. En los últimos días han surgido vídeos de miembros de estas fuerzas armadas torturando a personas, atándolas a postes, exhibiendo sus genitales, pintándoles la cara, dejándolas allí en la intemperie de un gélido invierno. Incluso una madre con su bebé fueron víctimas de estas vejaciones.
La ONG Human Right Watch ha exigido a los militares ucranianos que detengan sus posteos de prisioneros de guerra en las redes sociales, donde se los humilla y se los maltrata, violando el derecho internacional. Este reclamo fue hecho luego de que se haya confirmado que el Servicio de Seguridad de Ucrania publicó vía Telegram videos de soldados rusos siendo obligados a dar información personal como sus nombres, el de sus familias y domicilios.
Ha trascendido también el intento de tráfico de armamentos por parte de la OTAN hacia Ucrania, en calidad de ayuda alimentaria. Al ser advertido por operarios pertenecientes a la Unión Sindical de Base de Italia se negaron valientemente a la aprobación de su envío.
Mientras tanto, la justicia de Portugal le permitió a un conocido neonazi irse a luchar a Ucrania y Dinamarca liberó a dos ucranianos acusados de tráfico de personas por el mismo motivo.
Al parecer, en Europa solo hay que gritar muerte al ruso para dejar de ser un criminal.
La era de la boludez: ¿la cultura de la cancelación o la cancelación de la cultura?
La cultura de la “cancelación” es un fenómeno reciente que gozó de gran impulso vía redes sociales como método de acción colectiva frente a un hecho -llevado a cabo por personas públicas (o empresas)- que algunos consideran repudiable, pudiendo ser o no un delito, como también situaciones del pasado que no pueden juzgarse en el presente por la prescripción de los hechos en términos jurídicos. Michael Jackson, Harvey Weinstein, Johnny Depp o Kevin Spacey son algunas figuras que fueron objeto de estas “cancelaciones”. Estas pueden adoptar formas como escraches (virtuales o reales), y el abandono del consumo de productos/producciones de personas/empresas, entre otras.
Durante el último mes se han llevado adelante cancelaciones a personalidades de la cultura rusa (vivas y también muertas) como forma de apoyo a Ucrania. Uno de los cancelados fue el célebre escritor Fiódor Dostoyevski, cuyo curso sobre el autor fue eliminado por la Universidad Biococca de Milán de su oferta académica. Sin embargo, frente a las críticas, la institución decidió dar marcha atrás con la medida. Frente a esta desconcertante disposición, un mural por el artista Jorit apareció en Nápoles en homenaje al genio de la literatura. En el mismo sentido, el diario El Español convocó a varias voces de la cultura frente al interrogante: “¿Debe cerrarse el Museo Ruso de Málaga?”.
Siguiendo esta línea absurda, una seguidilla de cancelaciones proliferaron en el último mes:
Lituania canceló la donación de vacunas contra el COVID-19 para los países que se abstuvieron o votaron en contra de la resolución de la ONU, condenando el ataque ruso; por su parte, la Organización Mundial de La Salud suspendió la aprobación de nuevas vacunas rusas contra el COVID-19, debido al conflicto. ¿Existe alguna duda sobre la parcialidad de este organismo?
A su vez, Netflix ha descartado sus actuales proyectos fílmicos y televisivos de Rusia, poniendo en indefinido suspenso cuatro series televisivas incluidas una esperada adaptación de “Anna Karenina”, el clásico del escritor León Tolstoi. La imbecilidad parece no tener límites: la Federación Internacional Felina, uno de los nueve miembros del Congreso Mundial de Gatos, ha prohibido a todos los gatos nacidos en Rusia de su registro.
Siguiendo esta línea, la ONG estadounidense Space Foundation, que promueve la industria espacial a través de eventos y actividades, decidió cambiar el nombre de su recaudación de fondos anual “La noche de Yuri” (bautizada en honor al primer ser humano en la historia de la Humanidad en navegar el espacio, el soviético Yuri Gagarin), por ‘Una celebración del espacio: descubra lo que está por venir’, debido a la actual guerra. Por su parte, La Galería Nacional de Artel de Londres ha cambiado el título de la obra “Bailarinas rusas” del pintor impresionista Edgar Degas, por “Bailarinas ucranianas”.
Asimismo, la Federación Ucraniana retiró a Anatoliy Tymoshchuk -uno de los mejores futbolistas de su historia- su licencia de entrenador, borrando su historial deportivo relacionado con su patria, debido a su no pronunciamiento contra la guerra.
En este último mes, un video de John Mearsheimer -reconocido politólogo, docente y teórico de las relaciones internacionales- ha cobrado extensa difusión. En este, durante una conferencia, augura la destrucción de Ucrania por parte de Occidente. Su análisis terminó confirmado en los hechos, pero las garras de la cancelación se ocuparon de él acusándolo de ser un agente financiado por Rusia.
¿Judíos nazis?
El comediante Zelensky es judío. Por lo tanto, la lógica nos indica que debería abominar el nazismo. Pues no, su ultranacionalismo quiebra esta lógica. Zelensky es otro exponente del sionismo que, a los hechos, se emparenta mucho al nazismo. Palestina es el epítome de ello. Esta singular relación entre sionistas y nazis se remonta a la toma del poder de Hitler en Alemania, previo a la Segunda Guerra Mundial:
Kurt Tuchler fue un juez miembro de la Federación Sionista de Alemania. Durante la segunda mitad de la década de 1930 se contactó con altos mandos del Partido Nazi; uno de ellos fue Leopold von Mildenstein, encargado de la sección judía dentro del aparato de la SS. Tuchler instó a Mildendstein a que lo acompañara a un viaje a Palestina, en ese entonces bajo dominio inglés y poblado por un puñado de judíos. Tuchler quería que Mildenstein abordara aquella misión desde una perspectiva sionista. Mildenstein quedó maravillado con la propuesta. Estaba claro: el sionismo resultaba atractivo para los nazis como solución a “la cuestión judía”. La iniciativa fue adoptada con entusiasmo por Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi. Alrededor de una decena de artículos de Mildenstein fueron publicados en los periódicos alemanes bajo el título “Un nazi viaja a Palestina”.
En estos artículos, Goebbels vio una excelente oportunidad propagandística para aquel proyecto y decidió promocionarlos con la fabricación de unas monedas en las que en uno de sus lados estaba inscripta la Estrella de David, con la frase “Un nazi viaja a Palestina”, mientras que del otro lado aparecía una esvástica. Pocas de estas monedas sobrevivieron al paso del tiempo, siendo una de ellas subastada en 2018 en la casa de colección israelí CollecTodo, donde se suelen subastar -como homenaje a los caídos en el Holocausto- objetos de aquellos años sombríos de la humanidad. La descripción gráfica y material de dos caras de una misma moneda.
Siguiendo el legado de Tuchler, en 2019 se levantó un monumento en homenaje a un movimiento ultranacionalista ucraniano que colaboró con los nazis durante el Tercer Reich. El acto fue llevado a cabo, entre otros, por el Gran Rabino de Ucrania Yakoov Dov Bleich. ¿Dónde queda la memoria para los más de cien mil judíos muertos en ese país bajo impiedad de los nazis?. Esta particular presencia se suma a los innumerables homenajes realizados -también por niños- durante la última década, en distintas localidades ucranianas a caídos nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
No todo resultó como se esperaba
A las sanciones que Estados Unidos y Occidente aplicaron a Rusia, particularmente en el área económica, muchos las califican como un tiro en el pie. No solo por las estrechas relaciones comerciales entre EE.UU y Rusia, sino también por la provisión de energía por parte del país euroasiático a toda Europa, lo que tiene como consecuencia natural el aumento de gas y petróleo. Países como Alemania y Francia debieron diferenciarse de la ferocidad de las medidas de EE.UU, aplicando criterios de racionalidad por esta necesaria vinculación económica.
Uno de los testimonios que sirve de paño frío a la caliente tensión es el de la ministra de cultura alemana: “La música es la contradicción más efectiva y radical de la guerra. Debemos contradecir esta ilimitada locura, hasta la muerte. Lo más fuerte, escuchable y humanamente posible. Precisamente porque no podemos detener al agresor (Putin), porque no tenemos los medios de finalizar esta guerra criminal en Ucrania por el momento. (…) No dejaremos de escuchar a Tchaikovsky ni dejaremos de leer a Chéjov. No quiero imaginar un mundo sin la cultura rusa, sin la cultura ucraniana, sin nuestra cultura y por eso me opongo a cualquiera que trate de instrumentalizar un boicot a la cultura. Es la cultura los que nos hace humanos”, declaró en clara discordancia con la medida recientemente tomada por el alcalde de Munich, quien depuso a Valery Guérgiev como director de la Orquesta Filarmónica de aquella ciudad.
Mientras tanto, Oriente se pliega más hacia Oriente: proliferan acuerdos entre India, Rusia y China, descartando como moneda de cambio el dólar. Además, los Emiratos Árabes y Arabia Saudita no le han atendido el teléfono a Biden que, en su desesperada búsqueda petrolera, no tuvo más remedio que acercarse a Maduro.
En este contexto se ha anunciado en los últimos días que la Unión Europea comprará a EE.UU un 68% más de gas que el año pasado, además de armas. La guerra no ha terminado, pero ya parece haber al menos un ganador.
Mientras uno de sus resortes económicos más fundamentales sea el Complejo Industrial Armamentístico, la paz nunca será una opción viable para los Estados Unidos.
Guerra de información y campaña rusófoba
Julian Assange ha aseverado: “Casi todas las guerras de los últimos 50 años fueron resultado de las mentiras de los medios de comunicación”. A juzgar por la sesgada y tendenciosa cobertura de los medios occidentales sobre la realidad de Ucrania de los últimos 8 años, esta frase se ajusta a la realidad.
El director de la CIA, William Burns -quien ofició como embajador estadounidense en Rusia-, confesó en el Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos “…estar llevándose a cabo como política una guerra de información contra Rusia”. Allí declaró: “(…) En todos los años que me desempeñé como diplomático he visto muchas instancias en las que perdimos guerras de información contra los rusos. Pero en este caso hemos tenido una gran responsabilidad en el efecto de distorsionar sus tácticas y cálculos. Creo que esta es una guerra que Putin está perdiendo (…)”. El senador republicano Marco Rubio asintió las palabras de Burn, añadiendo: “(…) Se ha hecho un buen trabajo en derrotar a los rusos en el área informativa(…)”.
Las armas de destrucción, confusión, y colonización de la subjetividad -que es el rol de los medios corporativos de comunicación dominantes (de los cuales, absolutamente todos responden a intereses determinados que en su vasta mayoría son los mismos)- se evidenciaron a destajo sin siquiera una mínima impostura de decoro. Si ya resultaba deleznable la omisión a los crímenes perpetrados en Siria, Yemen, y Afganistán(sin mencionar el genocidio palestino por parte de las fuerzas israelíes, invisibilizándolos y hasta naturalizándolos en sus coberturas), esta vez fueron más allá.
La guerra es en Europa, y a Europa no le agrada el derramamiento de sangre en su territorio, como tampoco a Estados Unidos, grandes aliados, por cierto. Su propósito es que los conflictos bélicos se desarrollen lo más lejos posible de sus fronteras. Matthew Wright, un personaje de la televisión inglesa, ha dicho en ITV: “Los Estados Unidos ya han usado una bomba termobárica en Afganistán. La idea de que sea usada en Europa me revuelve el estómago”.
En este terrorismo comunicacional apabullante, Putin habla de nazis, pero en Occidente lo tratan de Hitler. ¿Cómo es posible? Los factores corporativos de comunicación despliegan todo su bombardeo ideológico y campaña de demonización contra el líder ruso y, por extensión, contra el pueblo ruso. Pero hay una verdad incontrastable: fueron los rojos quienes sacrificaron más almas en la Segunda Guerra Mundial (alrededor de veinte millones de muertos). La ayuda de EE.UU en tal caso fue necesaria, pero a juzgar por el definitivo accionar ruso se diría casi accesoria.
En medio de esta guerra informativa contra Rusia, la Comisión de la Unión Europea ha peticionado a Google el desalojo completo de medios rusos específicos. Google aceptó la propuesta y desplazó a relevantes medios como Sputnik y RT de su herramienta de búsqueda (sin importar si sus publicaciones tratan el actual conflicto bélico u otros tópicos). Además de sentar un precedente peligroso, consiste en una afrenta al trabajo de miles de periodistas y comunicadores. Censuras como esta vulneran nuestro legítimo derecho a la información. Las corporaciones occidentales son árbitros, una vez más, de nuestros consumos.
Se ha caracterizado lo “orwelliano” de esta coyuntura: Twitter se ha dedicado a la estigmatización etiquetando indiscriminadamente distintos perfiles de periodistas o corresponsales como “medio afiliado al Estado ruso”. Lamentablemente, no ocurre lo mismo con la NPR, la BBC, o el Global Times.
El 17 de marzo pasado, un bombardeo en Donetsk cayó sobre la población civil, causando la muerte de una veintena de personas (entre ellas ocho niños). Kilómetros de tecleo y tinta adjudicaron el ataque inmediatamente a las fuerzas rusas, pero pronto se supo que su autor eran las propias fuerzas militares ucranianas. Esta canallada no solo fue deshonestamente cubierta por los medios de comunicación, sino que el propio Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania ha publicado un tuit en el que responsabiliza a los rusos de este ataque.
Meta (la corporación que aúna a Facebook, Instagram y Whatsapp) permite mensajes de odio contra rusos y llamados a asesinar a Putin en países como Rusia, Ucrania y Polonia. Anteriormente, levantó la suspensión de las cuentas del Batallón Azov pero, según correos electrónicos obtenidos por Reuters, “(…)también mostraron que Meta permitiría elogiar al Batallón Azov, que normalmente está prohibido, en un cambio informado por primera vez por The Intercept(…). Los cambios de política temporales sobre los llamados a la violencia contra los soldados rusos se aplican a Armenia, Azerbaiyán, Estonia, Georgia, Hungría, Letonia, Lituania, Polonia, Rumania, Rusia, Eslovaquia y Ucrania”. Días después, obtuvieron la respuesta esperada: Putin prohibió el funcionamiento de Facebook e Instagram, siendo esta última una de las redes sociales más populares del país. Para Zuckerberg, los discursos de odio están permitidos si tienen como blanco a los rusos.
Por su parte, Youtube no solo ha eliminado de su plataforma a RT y Sputnik, entre otros medios, también bajó el documental Ucrania en llamas (2016), producido por Oliver Stone, en el que se aborda sin tapujos e incisivamente la inestabilidad política del país, sus pormenores y consecuencias. Afortunadamente, ha sido restablecido en la plataforma.
Los oligarcas rusos
Otro de los puntos de esta guerra informativa fueron los ahora conocidos como “oligarcas rusos”. Desde Google, uno puede buscar “oligarch definition” (definición de oligarca en inglés). A continuación, se presentan dos acepciones: la primera, “un gobernante en una oligarquía”; la segunda, “(especialmente en Rusia) una persona de negocios muy adinerada con gran influencia política”. Según Google, la categoría de “personas de negocios adineradas con gran influencia política” es exclusiva de Rusia. Otra demostración obscena de cómo deliberadamente se moldea nuestra subjetividad en base al relato occidental.
Ahondando sobre los oligarcas rusos: “Es imposible discutir las sanciones de EUA a Rusia sin abordar el hecho de que los republicanos y los demócratas obtienen dinero de los oligarcas (rusos) o de sus apoderados. El Partido Republicano es el mayor beneficiado por esto”, publicó Patreon. Cabe destacar que muchos de ellos estuvieron en la asunción de Trump, otros financiaron su candidatura.
“La pregunta es: ¿Biden protegerá a Ucrania? Pero el gobierno de Biden ni siquiera protege a EE.UU en lo básico. La administración de Biden tiene una oportunidad con Ucrania, porque cuando tomas medidas contra la corrupción del Kremlin -que integran la oligarquía global-, limpias tu propia casa en el proceso. Por supuesto, esta puede ser la razón por la que no quiere hacerlo”, concluyeron desde aquel medio. Como vemos, todo se reduce a una impostura hipócrita contra Rusia, cuando la corrupción de ambos países está íntimamente hermanada. Además, debido a esta contienda, ¿por qué un país externo como EE.UU debe decidir sobre la suerte de corruptos de otro país?
La guerra en su derramamiento de sangre tiene la cualidad de ubicar las cosas en su lugar y hasta resulta esclarecedora en ciertos asuntos. Por ejemplo, en el último mes se ha revelado la existencia de laboratorios de armas biológicas en Ucrania, por el propio Departamento de Estado de EE.UU. Hasta entonces era una sospecha denunciada por China y por los propios rusos. Muchos creyeron que se trataba de un invento de Rusia para justificar su invasión, tal cual lo hizo EE.UU durante el mandato de Bush con la supuesta existencia de armas nucleares en Irak. Pero el problema, según una funcionaria estadounidense, no es el hecho de que verdaderamente existan, sino de que Putin se apodere de ellas. Según el gobierno estadounidense se tratan de laboratorios de “biodefensa”, no vaya a ser cosa que otro país también las tenga, pues dejarán de ser “biodefensa” para convertirse en “armas biológicas”.
Fakhruddin Sharafmall, periodista ucraniano, vertió estas palabras en el Canal 24 (cuya dueña es la esposa del alcalde de Leópolis) de Ucrania: “Sé que como periodista debo ser objetivo, debo ser imparcial en virtud de reportar información a ustedes con el corazón frío. Pero siendo sincero, es difícil aguantarse ahora, especialmente en tiempos como este, cuando somos tildados de nazis, fascistas y demás en Rusia. Voy ahora a citar a Adolf Eichmann, quien dijo que para destruir una nación debes destruir primero y principal a los niños. Porque si matas a sus padres, los niños crecerán y tomarán venganza. Matando niños nunca crecerán y esa nación desaparecerá. Las Fuerzas Armadas de Ucrania no pueden asesinar niños rusos porque está prohibido por las leyes de la guerra, además de varias convenciones como la de Ginebra. Pero yo no pertenezco a las Fuerzas Armadas de Ucrania. Y cuando tengo la oportunidad de ir contra los rusos, definitivamente lo hago. Desde que me llaman nazi, yo adhiero a la doctrina de Eichmann y haré todo a mi alcance para que ustedes y sus niños no vivan más en esta tierra. (…) Pero tienen que entender que se trata de la victoria de Ucrania, no se trata sobre la paz. Necesitamos la victoria. Y si tendremos que vejar a todas sus familias para alcanzarla, yo seré uno de los primeros en hacerlo. ¡Gloria a nuestra nación! (…)”. El discurso nazi es moneda corriente en Ucrania.
A lo largo de poco más de un mes, fuimos testigos de una cobertura xenófoba, malintencionada e inescrupulosa de medios de todo el mundo, cuya prolongación editorial llega hasta nuestra región. Pero ha habido furcios, que ya ni parecen serlo por la convicción de las palabras vertidas. Les dejamos una serie de declaraciones hechas en televisión abierta. Saquen sus propias conclusiones:
- “Lo impensado pasó. Esta no es una nación tercermundista; ¡esto es Europa!” ITV, Reino Unido.
- “Estos no son los refugiados a los que estamos acostumbrados. Son europeos, personas inteligentes y educadas. Algunos programadores TI… Esta no es la ola habitual de refugiados de personas con un pasado desconocido. Ningún país europeo tiene miedo a ellos.” Primer ministro búlgaro, NOVA TV, Hungría.
- “Es muy emotivo para mí, porque veo como matan a europeos de ojos azules y pelo rubio”. Procurador de Ucrania a la BBC, Inglaterra.
- “Estamos en el siglo XXI, estamos en una ciudad europea y tenemos fuego de misiles de crucero como si estuviéramos en Irán o Afganistán. ¿Somos conscientes de ello? BFM TV, Francia.
- “Para decirlo sin vueltas, estos no son refugiados de Siria, son refugiados de Ucrania. Son cristianos, son blancos, son muy similares a la gente de Polonia.” Kelly Cobiella, NBC. Estados Unidos.
- “Pero este no es un lugar, con todo el respeto, como Irak o Afganistán, cuyos conflictos vienen de décadas. Esta es una ciudad relativamente civilizada y europea, donde no esperás que estas cosas sucedan”. CBS. Estados Unidos.
Quizás malinterpretamos a Putin cuando se refería a la “desnazificación”: se estaba refiriendo a toda Europa y Norteamérica. Pero tuvimos una señal en el 2018 cuando se presentó una resolución en contra de la glorificación del nazismo y de distintas formas de racismo, xenofobia y discriminación, ya que los Estados Unidos de América y Ucrania fueron los únicos países miembros que votaron en contra.
Vemos como la rusofobia desplegada aborda distintos flancos: lo sanitario, lo económico, lo cultural, lo informativo y, por supuesto, lo armamentístico.
Esto no exime a Putin de críticas como gobernante, fuertemente cuestionado por sus políticas contra la diversidad sexual, los medios de comunicación opositores y otras áreas. La diferencia es que él no se embandera de estas cuestiones: es consecuente con sus acciones. Occidente, por el contrario, extiende cada vez más los límites de sus intolerables doble vara y falsa moral.
Colaboración de Mariano Pereyra para MUTA. Anteriorme escribió sobre el tema en el siguiente enlace. Podés ver sus otros trabajos haciendo click acá.
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