Crónica de un desvelo anunciado
Translated by Nadia Sol Scheneider
En este 2022 pasado la cantautora estadounidense Taylor Swift se posicionó nuevamente como una de sus máximas protagonistas. Con el anuncio sorpresa y publicación de su décimo trabajo de estudio “Midnights” (2022), la artista volvió a reafirmar su poderosa influencia y relevancia, batiendo récords históricos en la era del streaming. Pero no todo fue color de rosas.
Con el anuncio de “The Eras Tour”, su sexta gira musical, la artista se propone recorrer todas las “eras” que conforman su carrera a través de sus distintos trabajos discográficos. A mediados de noviembre se posibilitó la compra anticipada de tickets que abarca durante el próximo año únicamente su país natal. El resultado: un dolor de cabeza generalizado.
Si bien la venta fue un éxito comercial rotundo —la artista sólo en la preventa superó el récord de ingresos respecto a giras musicales marcado por la Reina del Pop Madonna a raíz del “Sticky And Sweet Tour” (2008/2009)— alcanzando casi los 600 millones de dólares. Pero la venta fue caótica, con consecuencias inesperadas pero para nada sorpresivas para quienes desde hace un tiempo observan la degradación del estado en el que se encuentra actualmente la industria de la música en vivo.
En sólo dos horas, Swift agotó la preventa con alrededor de dos millones de entradas vendidas, la mayor cantidad de tickets vendidos por Ticketmaster en toda su historia. Aquellos quienes pudieron obtener su boleto pueden considerarse afortunados: la página web de Ticketmaster colapsó, dejando a millares de fans con las manos vacías, muchos de ellos siendo expulsados de la fila de espera sin explicación. Y como también era previsible, muchas de esas entradas compradas casi instantáneamente se encontraban en reventa en sitios como Stubhub y Seatgeek a precios exorbitantes.
Las redes sociales se plagaron de fans con el hashtag #WeLoveYouTaylor, solidarizándose con la artista por lo sucedido, cargando la total responsabilidad de lo ocurrido en Ticketmaster y Live Nation (la empresa organizadora de recitales líder en el mundo).
Luego de este sismo cibernético, Ticketmaster canceló la subsiguiente preventa para el viernes 18 de noviembre, después de que el 90% de las anticipadas fueran vendidas. Tal fue la magnitud de lo ocurrido, que el Departamento de Justicia de los Estados Unidos abrió una investigación antimonopólica contra Live Nation.
Lo obvio ululante que se desprende de este asunto: una grotesca y cabal demostración de los abusos y falencias intrínsecas del sistema capitalista en su lógica de mercado.
El abc del funcionamiento del mercado: oferta y demanda. La demanda es inmensa lo que explica el alto valor de los tickets. Dado lo problemático que resultó la venta, Ticketmaster vertió algunas impresiones sobre lo ocurrido analizando que “Taylor necesitaría realizar 900 shows de estadio—casi multiplicado por veinte el número actual que lleva a cabo. Esto representa un show de estadio todas las noches desde hoy hasta los próximos dos años y medio”. Insostenible.
En los últimos años, sitios de mercados secundarios de ventas de entradas como los mencionados —Stubhub y Seatgeek— han dejado en claro a los managers y agentes discográficos vinculados a la promoción de giras de grandes artistas lo siguiente: la baja de precios de los boletos teniendo en cuenta los estándares del “libre mercado”. Esto quiere decir, si el artista (en este caso Swift) pone un valor nominal de 200 dólares un boleto, y casi inmediatamente en Stubhub se revende a miles de dólares significa que este último valor es el valor real de dicho ticket. Ya que esta es la estrategia de “precios dinámicos” implementada por Ticketmaster que refleja la demanda del mercado (¡bingo!, la mano invisible del mercado). Así lo explicó un vocero de esta empresa: “Los promotores y los representantes de los artistas son quienes definen estrategias, parámetros y rangos de precios alrededor de todos los tickets, incluidos los de demanda dinámica y precios «arreglados». Cuando hay mucha más gente queriendo asistir a algún evento que la cantidad de entradas disponibles, los precios suben.”
Pero lo cierto es que la total responsabilidad de lo acontecido, aunque puede extrapolarse a cualquier artista de gran convocatoria mundial, no se reduce únicamente a las empresas organizadoras o las plataformas de venta, sino que también radica en los propios artistas. Si el precio de una entrada resulta no muy accesible, es justamente porque aquel o aquella artista también decide que así lo sea. El control no es unilateral. Y esto quedó demostrado con la modalidad dispuesta por Pearl Jam —desde hace más de tres décadas una de las bandas más queridas y con fans leales alrededor del mundo—. La agrupación tomó la iniciativa de disponer de entradas accesibles y detener los mercados paralelos.
Con la venta de entradas de su última gira “Gigatour”, utilizaron una combinación de la tecnología de verificación de Ticketmaster y el propio club de fans de la banda (“Ten Club”) para la venta de tickets que limitaran reventas, y se dirigieron principalmente a aquellos fans miembros del club con la mayor cantidad de años de membresía. Si algunos fans decidían revender, lo podían hacer únicamente al precio nominal y solamente a otros fans de la banda desde la plataforma de Ticketmaster llamada “Cambio de entradas a precio nominal”. ¿Los resultados? Altamente positivos: el scalping (una estrategia financiera de intercambio de activos en un muy corto período de tiempo para obtener ganancias) se redujo virtualmente a cero. Pearl Jam decidió encargarse de obstruir los abusos de los oportunistas y vender entradas al precio que ellos dispusieron. La misma banda que en los años noventa mantuvo una intensa contienda con TicketMaster a raíz del valor de sus entradas, hoy trabajan en conjunto para el beneficio de sus seguidores.
Cinco enteras fechas para “The Eras Tour” fueron vendidas en su totalidad vía SeatGeek. El problema no es menor: incluso SeatGeek padeció problemas de larga espera virtual de compra, compradores siendo expulsados de la fila sin razón alguna, y un tráfico sin precedentes de bots (y también fans).
Era claramente insostenible la venta de 52 fechas sin división entre ellas para conseguir un lugar. Pero esto depende del artista. Swift ha manifestado vía Instagram: “No voy a excusar a nadie porque les hemos consultado (a Ticketmaster) cantidad de veces si podían soportar semejante demanda y nos han dicho que sí.” Aunque se le ha recomendado a la artista realizar una modalidad escalonada de venta, prefirió el crash inminente.
Particularmente SeatGeek no está preocupado por su competencia, dado que muchos clientes los han elegido para la venta de eventos deportivos y espectáculos musicales a gran escala. Sin embargo colapsó con la venta de cinco shows. Naturalmente, muchos deciden no elegir a Ticketmaster, cuya dominancia e incidencia en el mercado se encuentra en lenta caída. La empresa —que se ha fusionado con Live Nation— declaró que lo que deduce de estas operaciones es de un 30%. Pero hay quienes afirman que Ticketmaster controla un 70% del negocio de venta de entradas. En conjunto, Ticketmaster y Live Nation se quedan con un 83% del mercado. Un claro monopolio está en la mira del Departamento de Justicia de los EUA.
Paradójicamente, el congreso de los Estados Unidos ha intentado pasar legislación para evitar que los propios artistas impidan las reventas. Uno de los grandes impulsores de esta idea es Bill Prascell, el principal promotor de “El Jefe” Bruce Springsteen. En agosto del 2022 una controversia se desató alrededor del precio de sus entradas. Pero al poco tiempo de haberse puesto a la venta, los fans se encontraron con que los precios esperados no se acercaban remotamente a lo imaginado. De pronto se vieron ante una dinámica de precios basado en la demanda y en un santiamén algunos tickets llegaron a alcanzar los cinco mil dólares.
Pero ningún “scalper” intervino en este caso, sino que una nueva disposición de precio nominal fue puesta en marcha, para el desconcierto de sus seguidores. Frente a la queja generalizada, Bill Werde, ex director editorial de la revista Billboard, tuiteó: “Difícil de creer que Bruce Springsteen sea quien haga que los fans extrañen a los scalpers”. Representantes del renombrado artista expresaron: “Más allá de los comentarios sobre algunos tickers con un valor de mil dólares o más, nuestro verdadero precio promedio se encuentra en el rango de los doscientos dólares.” Y continuaron: “Para el estado de cosas actual, es un precio justo (mil dólares o más) para ver a alguien universalmente reconocido como uno de los más grandes artistas de su generación”.
Sin embargo, voces disonantes continuaron resonando. Pete Maimone, un agente de New Jersey encargado de coordinar precios nominales para aquellos fans veteranos, se lamentó: “Nos partió el alma. No quisimos seguir participando en este esquema para tomar dinero de los fans”.
Dada la potestad de los artistas de establecer precios bajos o altos, esto ayuda a que las entradas aumenten su valor en tiempo real, dejando a los revendedores menos dinero en su haber. Pero ello opera en el mismo mercado de reventa, para competir con los revendedores en su propio territorio. Es decir: Ticketmaster se convierte en Ticketmaster.
Un silencio atronador fue la primera respuesta desde el entorno de Springsteen que decepcionó y sorprendió a muchos de sus seguidores. El mismo Jefe ha dicho a la Rolling Stone: “Están aquellas entradas que aumentarán de precio en algún lugar de todas formas. Quien corta los boletos o alguien va a tomar ese dinero. Yo digo «Ey, ¿por qué ese dinero no va a aquellos quienes trabajan metros arriba sudando para tres horas de show?» Se creó una oportunidad para que todo aquello ocurra. Y a ese punto, fuimos hacia ello. Yo sé que fue impopular con algunos fans, pero si hay alguna queja al respecto podés tener tu dinero devuelta”, se despachó sin empacho. Que quede claro que es el Jefe.
Es cierto que no nos indignamos cuando compramos entradas para, por ejemplo, irnos de vacaciones en temporada alta aceptando el valor de mercado. ¿Por qué sí nos resulta odioso cuando nuestro artista favorito lo hace? Y la respuesta no admite racionalidad, sino lo emocional. Tanto artistas como su audiencia forjan un vínculo (que hasta deriva en devoción y lealtad), y estos últimos organizan sus vidas (tiempo, espacios, dinero) para poder ver a sus ídolos. Nadie quiere pensar ese vínculo fríamente, sino todo lo contrario. Y es allí donde un factor exógeno se inmiscuye en la gélida lógica capitalista. Finalmente las palabras de Springsteen avalan una desigualdad insoportable entre quienes tienen el dinero para disfrutar de su show y quienes no.
Cierto es también que las tarifas —en Estados Unidos, al menos— las definen en general los establecimientos donde los recitales se llevan a cabo, quedándose con un 80% de lo acordado. No sólo en el país del norte, sino en cualquier jurisdicción los usuarios deberían gozar de una mayor transparencia a la hora de comprar sus boletos, teniendo el costo total de la entrada a primera vista, además de una clara discriminación de los receptores de dichas tarifas.
Este descalabro ocurrido no es menor teniendo en cuenta que EE.UU posee el mercado discográfico más grande del planeta (junto con Inglaterra y Japón). Las posibles soluciones regulatorias podrían ser sentar un tope estricto a los precios de los revendedores (algo que ha hecho Inglaterra con la organización Fan Fair Alliance—nacida precisamente para evitar la escalada de precios de tickets intempestivamente). Hacer de las tarifas transparentes, esto quiere decir exhibir el porcentaje correspondiente que obtienen los artistas, los establecimientos o los vendedores de dichas transacciones. Que el precio de dichas entradas figure exactamente su valor, y que los fans no queden con el sabor amargo de un aumento repentino y —sobre todo— no privar a los artistas la definición del precio que ellos consideren conveniente para sus fans.
Lamentablemente la audiencia no tiene la suficiente información como para saber que los artistas en mayor medida son quienes tienen mayor poder de decisión sobre este asunto, y redireccionar sus reclamos para que se aborde el problema desde una perspectiva más justa y así mejorar la experiencia y el vínculo entre ambos, que es al fin y al cabo lo más importante. Aun así, Springsteen marcó un precedente en el que estas consideraciones quedan desechadas. Solo queda esperar un despertar de conciencia de los fans para que esta situación se modifique radicalmente.